Shigeo Fukuda,
1932-2009

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22/1/09






Murió Fukuda.
Los ancianos recordamos aún sus clases magistrales en el auditorio de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata. Fueron unas charlas brillantes, culminadas en ovación, en las que el Maestro demostró su gran capacidad para transmitir ideas, conocimientos y, por encima de todo, chispa.
Recorriendo diversos obituarios puedo ver continuas menciones a su sonrisa. No voy a hacer referencias a su enorme carrera, que podrán encontrar en la web. Pero tanto recuerdo de su gesto sonriente me lleva a un par de anécdotas, que tienen como vehículo el siguiente postulado: Lo diferente es el humor. La información, es la risa.
En un mundo hosco y trágico, Fukuda se reia.
En aquellla ocasión atendió a la larga y solemne, argentina, introducción de su presentador, un reconocido diseñador porteño, que lo rotuló cada vez que pudo como  "mi amigo Fukuda", "mi gran amigo Fukuda", "mi entrañable amigo Fukuda". Fukuda escuchó con atención la traducción que hizo el intérprete de toda la almibarada presentación, y cuando tomó el micrófono, agradeció los conceptos de "este señor a quien no he visto en mi vida".
Todos reímos, y creímos, en su momento, que Fukuda estaba desenmascarando al estirado diseñador anfitrión (que se tapaba la cara con las manos, y también reía). Pero pasados los años me parece que estábamos ante una broma que se le hace a un amigo. Fukuda estaba vivenciando lo que hacía en la gráfica: lo que podemos ver en la obra de Fukuda es un desconcierto, una reflexión gráfica que nos arranca una sonrisa.
Fukuda trabajaba solo, sin ayuda. Decir que era un formidable afichista no me señala como un crítico original. Era también famoso por sus sorprendentes esculturas que desafiaban al ojo y sus juegos de luces y sombras, generalmente resueltas con objetos cotidianos.


Con la explosión de los ordenadores en el diseño, había lanzado una especie de manifesto particular, "No Computer". Trabajaba a mano, y con el ojo. Su simpleza, su poderosa capacidad de síntesis y conjunción en su obra la hacen sumamente impactante.
Recuerdo a ese chispeante Maestro, despidiéndose ese día de nosotros con una sentencia: "El diseño es diversión, olvídense de lo que puedan decirles en contra de esto. Si no se están divirtiendo, si no divierten, huyan: no están haciendo diseño."
Dejo alguno de sus afiches para deleite del desprevenido que no las haya visto antes.






Zileheroum,
o cómo dibujar la Historia

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12/1/09

Tintín cumplió ochenta años. Yo tenía ocho cuando mi Viejo me regaló El tesoro de Rackham el Rojo. El capitán de un carguero inglés se lo había recomendado, entre otras cosas porque la realidad de la vida a bordo de un barco era reflejada, al parecer, al detalle y además, supongo yo, porque valía la pena.
Desde las primeras páginas (agregaría más, desde la cubierta, me atrevería a decir yo) la atmósfera de Hergé me cautivó absolutamente.
Todavía no sé cómo es la vida en un buque –resulté poco marinero– pero nada más lejos de mí que pretender restarle autoridad a la marina británica: yo ya he elegido que la vida a bordo sea así.
Lo que sí sé, es que uno no puede dejar de mirar los barcos, los mares, los bosques de Hergé.
Hay cierta hipnosis en ellos.
Supongo que ese trance es lo que llamamos arte.
La ilustración de Hergé trasciende el dibujo de comic, para alzarse en un universo donde cada pieza encaja, donde la vida dibujada se nos hace maravillosamente verosímil dentro de ese universo y donde cada cuadrito es una obra maestra.
A medida que fui creciendo, en lugar de dejarlo de lado, encontré nuevos motivos para releerlo y disfrutarlo. En referencia al arte secuencial y la composición narrativa: la tensión, el tempo de la acción, la naturalidad de las entradas y salidas de personajes, la evolución de los caracteres a lo largo de toda la vida del personaje, el magistral manejo de la casualidad.
Y en cuanto al arte gráfico, es una obviedad que no me voy a privar de expresar... ahí voy: el exquisito manejo de color, el trazo, el dominio del escorzo y el plano, la concepción de la página como un todo, el mínimo detalle brillantemente seleccionado son para el ilustrador una fuente de aprendizaje y referencia. Pero en este ínfimo homenaje no era mi intención comentar la obra de Hergé, sino hablar de una ilustración en particular.
Se trata de la batalla de Zileheroum, combate definitivo para la historia de Syldavia y a partir del rey Muskar I, la conformación de la dinastía de los Ottokar.

(click para agrandar)

Cuando nos hacen un encargo de ilustración histórica, a veces es importante para el ilustrador infantil que el dibujo, sin dejar de mantener su contemporaneidad pueda situarse en la época, de manera tal que brinde herramientas al pequeño lector para ubicarse en el tiempo y relacionar en forma tácita y natural datos que de otra manera llevarían un esfuerzo mayor y seguramente, menos certero.
Por eso me refiero a éste ejemplo, aprovechando que, como decimos en el estudio, el ojo y el cerebro son una misma cosa, el chico puede emparentar los iconos con la edad media, las representaciones jerárquicas, la batalla salvaje, las tiendas de campaña, la montonera militar, las cotas de malla, las lanzas, la geografía, el arte.

Aunque Syldavia no existió jamás, quiero que apreciemos, paladeemos el trabajo de documentación del autor, en el uso de las tintas, y en lo formal de la elegante composición, la selección de colores.

Si bien en esta ilustración Hergè no se refiere a ningún hecho histórico real, plaga de referencias el dibujo de manera de que podamos pensar que sí existió. Podemos saber que es una pintura medieval. Vemos que se sitúa en Europa del Este. Unos jinetes lancean a otros, en fuga, que parecen ser más asiáticos que europeos (incluso, huyen hacia el oriente). El uso del color, sin dejar de ser "tintiniano" también apuntala una época. Todo eso hace que Syldavia parezca existir, y haber tenido una historia.


No sólo el planteo escenográfico, las ropas, lo deliberadamente rebatido de la composición, los amontonamientos, los estandartes: prestemos atención cómo se recupera lo perturbador de las miniaturas, esa mezcla de naif con la crudeza de la batalla, donde lanzas y flechas atraviesan cuerpos, y el autor se detiene en el justo instante anterior a las mutilaciones, dejando a nuestro cerebro la desagradable tarea de completar la acción e imaginarlas.

Les dejo una serie de imágenes, algunas en el post, y otras para que se descarguen, como para comparar y ver cómo la ilustración de Zileheroum funciona, transparente, como recurso de recuperación de la época, clima y cultura. Una referencia medieval rusa (un príncipe de Kiev y su séquito), una miniatura de un arquero otomano, una batalla medieval (la Batalla de Orsha) y unas simpáticas miniaturas de la buena muchachada de Genghis.



Nada más, que viva Tintín (aunque todos sabemos que Haddock es una masa).